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Indiana Jones and the Temple of Doom - ZX spectrum de US Gold (1987)

  • 6 de septiembre de 2019

Indy no pensaba que un tranquilo y pacífico paisaje de la India pudiera ocultar tanta maldad y peligros. Pero, como ya era costumbre, tenía que poner fin a todos esos peligros y obstáculos, para rescatar la verdad y la libertad de la oscuridad en la que se hallaban sumidas.

¿Qué quieres saber?


Ficha de Indiana Jones and the Temple of Doom

Videojuego: Indiana Jones and the Temple of Doom

Sistema: ZX Spectrum 48K/128K

US Gold Ltd

Programadores: Paragon Programming Ltd (John Prince, Donald J. Campbell)

Año: 1987


Análisis de Indiana Jones and the Temple of Doom

Microhobby nº156

Todo empezó cuando apareció nuestro héroe en un poblado indú, en el que la tristeza y la desolación habían decidido asentarse. Ante tales hechos, Indy preguntó cuáles eran los motivos de aquella cadena de catástrofes: se perdían las cosechas, los niños habían sido secuestrados, etc. El consejo de ancianos sólo tenía una respuesta para ello: la desaparición de la piedra sagrada que protegía a la comunidad de cualquier tipo de desgracia.

Decidido, cual caballero medieval, a deshacer entuertos, Indy se dirigió con su látigo en la cintura, hacia la montaña de donde los ancianos le habían dicho que provenía el mal.

Por el camino, recordó una vieja leyenda que circulaba por la zona acerca de las piedras Sankara. En un número total de cinco, concedían poderes mágicos a sus dueños, pero tras una revolución ocurrida hace siglos, las piedras se desperdigaron y la secta Thuggee que las adoraba desapareció.

Resultaba bastante curioso que, ahora, en pleno siglo veinte, alguien creyera en semejantes supercherías, y menos un profesor de arqueología, curado de espanto de todos las increíbles historias que había escuchado y leído durante tantos años de docencia. Pero era cierto, aquella leyenda parecía que resurgía de sus propias cenizas y ahora con más fuerza que nunca.

Todos estos pensamientos vagaban por la mente de Indy, mientras recordaba que la descripción que le habían dado los ancianos de la aldea, coincidía perfectamente con la información que él recordaba haber visto sobre las piedras Sankara. Éstas, de un tamaño no superior a los veinte centímetros de altura, tenían forma de una especie de dedal ovalado, y la leyenda decía que al juntarse cada una de ellas con sus compañeras, en su interior brillaba una luz ígnea, como si la cercanía aumentara su poder.

Indy reaccionó, con la sensatez occidental que era característica en él, pero no por mucho tiempo, ya que al acercarse a la montaña escuchó unos alaridos que le pudieron lo suficientemente nervioso como para que se erizaran todos los pelos que tenía y algunos más.

Los alaridos procedían de unos bultos que no se conseguía distinguir por la distancia que le separaba de ellos. Nunca hubiera imaginado que esos bultos eran jaulas en cuyo interior estaban encerrados unos niños cuya apariencia externa indicaba malos tratos y desnutrición.

Cuando se iba a acercar a una de las jaulas para liberar a uno de los pequeños, vio cómo una sombra se acercaba peligrosamente hacia él. Sin dudarlo un momento, desenfundó el látigo y dándose la vuelta, fustigó a la sombra que cayó desvanecida a unos pasos de él.

La vestimenta utilizada por aquel personaje le recordaba al ancestral atuendo de los guerreros Thuggees, con lo cual, lo que hasta ahora sólo era leyenda, se convirtió en realidad.

Dejó de observarle y se dirigió a la jaula a terminar lo que aún no había empezado: liberar al niño de tan cruel cautiverio. Forzando la cerradura con un certero latigazo, consiguió abrir la jaula, tras lo cual el niño corrió despavoridamente antes de que nuestro héroe pudiera hacerle ninguna pregunta.

Claro que tampoco era el momento apropiado para hacerlo, ya que el guerrero Thuggee había despertado de su momentánea somnolencia, y la verdad es que no tenía cara de dar los buenos días educadamente, sino más bien de in tentar romperle varios huesos.

Rápidamente, Indy volvió a utilizar el látigo que tan diestramente manejaba y sin mirar qué sucedía después. corrió montaña arriba.

Tres jaulas abiertas más tarde, sin ningún tipo de resultados, pues los niños, al igual que el primero, huyeron despavoridamente. Más tarde se encontró con una agradable cobra que le miraba con apetitosos ojos, como indicando que nuestro protagonista iba a servirle de aperitivo.

Pero un golpe de látigo cortó las esperanzas alimenticias del reptil, tras lo cual aparecieron otros dos guerreros Thuggee, a los que Indy aplicó la misma receta que había utilizado con el anterior y con la serpiente, es decir, una ración de «latigazos a la Jones», de gran efectividad como somnífero.

Varias serpientes, guerreros y latigazos más tarde, Indy encontró otra jaula, aunque esta vez no dejó escapar al niño. Con voz temerosa le dijo que la secta Thuggee había vuelto a resurgir y que el sacerdote de la secta, al que llamaban Mola Ram, había conseguido reunir tres de las cinco piedras Sankara. Para la búsqueda de las otras dos, utilizaba a todos los niños de la zona, a quienes tenía bajo su poder mediante amenazas y hechizos hipnóticos. También le dijo que él se encontraba encerrado por haber intentado escapar, y que allí se quedaría hasta morirse de hambre.

Pero Indy le había salvado y él, agradecido, le indicó la situación exacta de la entrada a la mina donde se apiñaban los niños en busca de las piedras Sankara que le faltaban a Mola Ram para completar su particular colección que le daría poderes inimaginables. Esto no podía quedar así. Un vulgar opresor de niños con aspiraciones de rey, no era un enemigo de categoría para nuestro héroe. O, por lo menos, eso creía él.

Se dirigió a la entrada de la mina, donde encontró una vagoneta abandonada que le podía servir de medio de transporte. Errónea elección la de Indiana, porque los túneles de la mina estaban infestados de guerreros Thuggee en sus propias vagonetas que se acercaban a la de Indy, amenazado con hacerla descarrilar. Por si esto fuera poco, las vagonetas estaban tan anticuadas que carecían de frenos, por lo que circular con ellas por los enrevesados y desgastados raíles de la mina era un verdadero peligro.

Tras algún que otro contacto con los Thuggee, llegó al final del recorrido, donde encontró una puerta que le llevaba al templo. Este, totalmente arrancado al interior de la montaña, tenía un río de lava central que separaba el altar de sacrificios, donde se encontraban las piedras Sankara, de las zona de los creyentes.

Para superarlo, recurrió a su consabido látigo y a un saliente de la pared y, evitando a los diferentes guerreros que aparecieron, alguna que otra cobra y una trampa que se encontraba justo debajo del altar a Kali, en el cual estaba la piedra, consiguió recuperar el valioso talismán de la aldea indú.

Salió del templo y se dirigió al puente sobre el río, único camino existente entre la montaña y la aldea, perseguido por una multitud de guerreros encabezados por su líder Mola Ram, que no paraba de lanzar hechizos hacia nuestro héroe.

Pero, como es común en este tipo de personajes, todo salió bien y la piedra volvió a su lugar de origen con lo que la paz, la felicidad y, sobre todo, los niños regresaron a la aldea.

«Indiana Jones» es un arcade de habilidad, desarrollado en tres escenarios diferentes, lo que le da bastante más variedad al juego. Basado en su homónimo de las máquinas recreativas, la adicción y rapidez que le caracterizan le hacen un producto de bastante calidad.

Sólo cabe reseñar que los gráficos no son nada del otro mundo, aunque el programa tampoco los necesita, y que la dificultad que entraña el juego, sobre todo en su primera parte, puede hacer interminable cualquier partida con este adictivo arcade.

Serie de Indiana Jones


Valoración de Indiana Jones and the Temple of Doom

Microhobby nº156

  • Originalidad: 80%
  • Gráficos: 80%
  • Movimiento: 80%
  • Sonido: 60%
  • Dificultad: 90%
  • Adicción: 90%

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